Y cuando vuelves hay fiesta en la cocina
y ramos de rosas con espinas
pero dos no es igual que uno más uno.
Y me envenenan los besos que voy dando...
Cualquier canción de Sabina tiene el ingrediente justo para ponerme melancólica, quizá porque ella misma contiene tintes otoñales. He elegido ésta, por la que voy deslizándome entre sus acordes danzantes, surcando lo etéreo y deseando lo divino.
Me he equivocado, tanto, tantas veces, que me rindo: ya no más. Maduro las decisiones antes de tomarlas, pero esta vez es distinto: me voy, es el primer paso, me voy, me voy del todo.
El fascinante mundo de los blogs me agarró desde el primer instante, y ahí he seguido con mayor o menor fortuna, pero he seguido.
Ahora, no me apetece escribir, aunque mi mente dibuja, de vez en cuando, las palabras que bien podría dejar impresas en mi espacio pero que, por dejadez, no hago. Estoy cansada de este círculo por el que circulo dando vueltas y más vueltas, no sé si esperando, no sé si temiendo, no sé qué haciendo o no haciendo, más bien deshaciendo. En fin…
He decidido dejar este blog tal cual está, sin quitar ni añadir: esbozado dejé un episodio de mi vida muy especial para mí, mucho, muchísimo. Es pasado, lo sé; pero fue un logro sin recompensa que recuerdo con cariño y ternura y quiero que siga estando en el recuerdo, y con mis palabras entrelineadas que sólo yo entiendo.
Por otra parte, agradezco a mis lectores y, sobre todo, a mis comentaristas –Werther, Medemoiselle d'Imbercourt y Anónimo- que dejaron sus huellas -éstos, impresas y sentidas, aquéllos, silenciosos y hasta sorprendentes-,de lo que me enorgullezco. Gracias.
Nunca se puede decir “de esta agua, no beberé”, aunque me atrevo a decir que no volveré; quizá algún día inaugure un nuevo blog, no lo sé, pero éste quedará y permanecerá así, sin nada más por mi parte. Algo se me rompe, es cierto; estoy triste, naturalmente que sí.