Hoy contaría una historia, de Mery, claro. No sé si llegaré al final, pero comienzo:
Le gustaba estudiar, y disfrutaba en las clases: aquella profesora que le enseñó el arte del "equilibrio de la balanza" le hizo descubrir el mundo de las matemáticas; quién le obligó a aprender historia a base de codos ¡amigo! hizo con ella "agua", pero no se le resistió. Los exámenes eran como un reto; la nueva materia, una curiosidad.
Se consideraba una "suertuda", porque las notas le sonreían. Era una ganadora para sí misma. Y así, fue pasando etapas.
Una vez terminados sus estudios reglados, quizá antes, aparecieron asignaturas un tanto... como diría... "especiales": sin manuales, sin libros de texto, sin profesor (?)... ¡un nuevo reto! Por supuesto, se matriculó de la primera que se le puso por delante.
Jamás pudo llegar a entender por qué se le resistía ¡era tan facil! Estaba dividida en dos partes, teoría y práctica, pero ella estaba acostumbrada a ese tipo de exámenes dobles. La teoría la superaba prueba a prueba... pero... ¡la práctica! Fallaba en lo básico, en el primer "problema" se desesperaba, le daba la vuelta a los datos, de positivos los convertía en negativos... y las sumas... siempre en restas... El resultado resultaba (¡vaya!) nefasto.
Alguna vez intentó pasar al segundo parcial y examinarse; y no le fueron mal las cosas, aprobó por los pelos. Sin embargo, era condición indispensable para guardar la nota, haber superado con éxito el primer parcial. No le servía.
¿Qué asignatura era?
Aún hoy la persigue en su interior: la compasión, sobre todo, consigo misma.