Como siempre que puedo, hoy me he ido a pasear por el campo. Llevaba, como siempre, un mp3 y, como siempre, iba escuchando reflexiones y comentarios a esas reflexiones.
Y, de golpe, zas, battery low. Y es que nunca me acuerdo de Santa Bárbara hasta que truena.
En esas circunstancias, escuchar los sonidos que me acompañaban era un buen plan ¡manos a la obra!
A lo primero que atendí fue al murmullo del viento entre las semisecas hojas de los árboles, aún prendidas -“fiu, fiu” también sonaba en mis oídos.
Después, el impacto de una bola sobre la raqueta –cerca jugaban al tenis: “zzap… zzap… plassss, plassss, plasss…” alguien perdió el punto.
Más lejano pero nítidamente, sorprendí una especie de gruñido –“oiññ, oiñññ, oiñññ.. “ chillaba un cerdo, a saber qué le hacían (no es tiempo de matanza, ¿o sí?)
Otro ruido, más fuerte y casi lujuriosamente, se impuso –“ñiñññññ, ñiññññ, ñiñññ…” rugía con fuerza una sierra eléctrica; sus altos humos pronto fueron rebajados con su propio veneno –“brrrrr, brrrrr, brrrrrr…” gritaba el tubo de escape de una moto.
“Ringgg, ringggg, ringgggg…” pitaba una bici –a punto de pillarme, ¡esgraciao!
Más bucólicamente, un armónico sonido pululaba tímidamente –“piooo, piiiiio, piiiiooooo…” cantaban los pajarillos, preparándose para el frío invierno, pobrecillos.
Y también, el jaleo silencioso de mis pasos… -“grrrr, grrrr, grrrr… clic…” partí una ramita…
Ya en la civilización –jejeje- las voces humanas, -unas veces a voz en grito, otras, secretamente, algunas mezcladas “... que se ha creído, estuvo genial, no sabia nada, no puedo he quedado con X, si es tuyo el perro lo llevas atado, mañana tengo hora en la pelu…”
¡Lo que me pierdo, oiga!