martes, 28 de febrero de 2012

Cuatro damas y un caballero



No sé cómo pero siempre se cuela. Y mira que no la invito nunca. ¿Será que me sale "divina de la muerte" la sacher? No sé.
Nunca pasa del salón, porque me conoce, porque sabe dónde está su sitio, porque con ella siempre soy veraz -soy veraz "casi" siempre-, porque... ¿qué más da los "porqués"?
Últimamente no la he visto mucho; quiero decir, casi nada; he de decir, nada. Pero hoy, ay, hoy lo ha intentado... ¡le he dado con la puerta en las narices! Adiós, tristeza, adiós.
Y es que estaba entretenida con otra dama, la nostalgia. Quedé con ella para el té y llegó puntual. Esta vez no venía acompañada de la ilusión, y me fastidió, pero qué le voy a hacer. Aquel día, sus tira-y-aflojas me divirtieron tanto, tanto, tantísimo, que hasta creo que... en fin... ésa es otra historia...
Lo gracioso del asunto es que mientras estábamos recordando un puntito de los suyos, llamaron a la puerta reciamente: ¡que llegaba la alegría con gran algarabía! Dudé, dudé, tanto dudé, que se fue y se fue (¿para nunca más volver?, uys, zusto) ¡caray con las dudas!
Acudí a puerta y abrí y sorprendíme y moríme y reaccione-me y reviví-me y cerré-me... ah, no... cerré de un golpetazo porque, oyes, ¡que quería entrar el rencor, y eso sí que no! No estaba dispuesta a que entre la nostalgía y él me aguaran la tarde, porque es que también parece que le disloca mi sacher o algo... y a éste... a éste... sí que no lo dejo, ¡ea!

Qué buena tarde pasé, caray, qué buena tarde.