miércoles, 28 de julio de 2010

Una cualidad humana





Elegir. Una capacidad específicamente humana que trata de discernir entre las distintas alternativas y seleccionar aquella que más conviene. Elegir, por tanto, es igual a saber lo que nos conviene. Ése es el arte de vivir, de saber vivir.
Por otra parte, tener esa capacidad involucra implícitamente a otra cualidad, ni más ni menos, a la libertad. ¡Cuidado! Nuestra libertad significa que, por una parte, somos libres ante nuestra respuesta a los estímulos –no a cuáles sean dichos estímulos- y que, por otra, nuestra respuesta no ha de conllevar en sí misma el logro del resultado previsto –existen distintas “libertades” que interfieren entre sí y la nuestra no ha de “prevalecer” sobre las demás.

Y, sin embargo, no podemos dejar de ser libres. Eso no podemos elegirlo. ¡Qué gran contradicción! No somos libres de no ser libres, no tenemos más remedio que serlo. Pero, ¡qué difícil se nos hace a veces elegir!

Hay indecisiones que hasta pueden ser sanas, porque invitan a la reflexión y a la toma de conciencia, sin prisas ya que la prisa puede ofuscar el entendimiento. Pero hay indecisiones que confunden la mente, que no dejan tomar partido, lo cual debilita a la persona y la desequilibra, produciéndole un estado catatónico que puede llegar a ser crónico. Este tipo de indecisiones se deben al temor al fracaso, a la irresponsabilidad o a la falta de discernimiento a la hora de considerar qué es lo mejor para uno mismo. A veces, es tan fácil no elegir… porque conlleva no responsabilizarse de los resultados.

Elegir, a veces, produce ansiedad: no se conoce el resultado y éste puede ser contrario al deseo. Asumir la decisión tomada como propia y ser conscientes de que no tenemos ninguna garantía de acierto es signo de madurez personal.

Hay que ser valientes, muy valientes, para tomar determinadas decisiones.

Hay que ser valientes, muy valientes, para decidir aquello que menos deseamos.

Hay que ser valientes, muy valientes, para enfrentarse día a día con la vida… y no dejarse llevar por las circunstancias…

miércoles, 21 de julio de 2010

El mono


Era un mono muy fuerte.
De repente, se encontró encerrado en una habitación sin ventanas ni puertas. Estaba desesperado y, para salir, se lanzaba durante días y días contra uno y otro muro.
Cuando comprendió que no podía salir, se tumbó en el suelo, se distendió y se sosegó.
De súbito, se halló fuera de la habitación.
Ramiro A. Calle.